El varón que anda frisando los setenta años es esclavo de su vejiga. Pobrecita ella, va perdiendo elasticidad con el tiempo y se transforma en un sucedáneo imperfecto del despertador. A las cuatro horas precisas de haberme quedado dormido, suena la alarma que dice: “Si no vas al baño ya, las sábanas y el colchón corren riesgo”. Al principio, la humedad es tibia, pero, a los pocos minutos, se vuelve gélida. No lo comprobé nunca, pero la termodinámica así lo prescribe. Mejor levantarse, desagotar y volver a… ¿dormir? ¡Imposible! Eso se logra hasta los cuarenta. Después, mengua la facilidad de apoyar la cabeza sobre la almohada y caer en el sueño.

¿Entonces? A leer se ha dicho. Prendo la luz, ¿tomo una novela? ¡No! ¡Jamás! Divorcio en puerta. Hace veinte años, me despertaba en el medio de la noche y mi querida esposa me preguntaba: “¿Te pasa algo, mi amor? ¿Te sentís mal?” “No, nada, estoy bien. Dormí, my love”. Se daba vuelta, me cruzaba la pantorrilla sobre la mía y dormía a pata suelta. Hoy, llego a encender la lámpara y me asalta una andanada de “Egoísta. Siempre fuiste un egoísta. No respetás el sueño de los demás. Vamos a tener que empezar a dormir en cuartos separados. Esto no va más”.

Como me gusta sentir esos treinta siete grados femeninos a mi lado, me allano. Tomo el celular, abro la App “Press Reader” y me deleito con esos recortes de realidad que me brindan La Nación, el Clarín, El Comercio y Olé. Leer La Nación y el Clarín, para un argentino –viva en su país o no– es como subirse a un Tagadá. La primera vuelta es tranquila y ya a la segunda, mejor agarrarse fuerte para no salir despedido. Con toda seguridad, al final, antes de bajarse con el arrepentimiento por haber tropezado otra vez en la estupidez de subirse a esa licuadora humana y, encima, pagar para sufrir, tendremos náuseas, si no vómitos. Lo mismo con La Nación y el Clarín.

En cambio, El Comercio es un lago alpino. Ni una sola noticia económica gana los titulares de las primeras páginas. Ni un solo guijarro, ni una leve brisa mueven la plana y aburrida superficie del agua. Todo paz y quietud. Dólar estable, inflación más baja que en Estados Unidos o que en cualquier otro país de Europa, el Perú crece o declina a pasitos de pulga, corrupción rampante en política por importes mínimos, congresistas que les quitan la mitad del sueldo a sus empleados, nombres de ministros imposibles de recordar porque cambian cada quince días, presidentes presos. En fin, nada nuevo. Todo muy aburrido. Cuando llegamos a la sección Deportes, la cosa se pone más divertida. Mi querido Cristal está muy bien administrado, se mete en Libertadores, pierde. Alianza se mete en Libertadores, va a jugar contra River en Buenos Aires, bate records de goles en contra. La U, contenta por no jugar la Libertadores y padecer segurísimos resultados adversos, compite en la Sudamericna. Pierde con dignidad.

El Olé es un pasquín muy leído por gente a la que no le gusta leer. Es todo imágenes. Los titulares apelan al más burdo efectismo verbal. Un tal Orzo, jugador de Racing, hace un gol a Independiente y, en letras grandes, aparece esta sutileza: “Al Diablo se le metió un Orzo dentro del arco”. Los de Independiente tienen camiseta color rojo y, con insignificante esfuerzo de imaginación, se los ha denominado “diablos rojos”. Me los imagino a los periodistas de Olé devanándose los sesos, discutiendo acalorada y colaborativamente cuál es la mejor tapa hasta que a uno se le ocurre que “Orzo” es parecido a “oso” y, en algarabía, les comunica a sus colegas que ya encontró el giro de palabras perfecto.

A veces, en noches felices, no llego a leer de corrido los cuatro periódicos. El Comercio es el punto de inflexión. O se me cae el celular y me duermo, o sigo viaje hasta el primer resplandor de la madrugada que va revelándome, con reticencia decreciente, los objetos de mi habitación. La mejor postura para leer el celular en el lecho es boca arriba, porque, si me duermo y se me cae, la probabilidad de que se me caiga sobre la cama es más alta que si me pongo de costado para que la luz de la pantalla no perturbe a mi mujer. En ese caso, apenas me relajo, el brazo se afloja como al Cristo de La Piedad de Miguel Ángel y se me desploma sobre el piso. El estrépito del celular me despabila y volvemos a fojas cero. Se despierta mi amada compañera. Recomenzamos: “Egoísta. Siempre fuiste un egoísta. No respetás el sueño de los demás. Vamos a tener que empezar a dormir en cuartos separados. Esto no va más”. Pasan dos o tres días y se produce, con leves variaciones, el mismo episodio, pero irse a dormir a otro cuarto, no se va. Yo, contento.

Cuando ya no puedo retomar el sueño, me resigno, me levanto, orino ese resto que la perezosa vejiga retuvo, lavo cara (la mía, claro), higienizo dientes y me encamino a la compu. A primera hora de la mañana me esperan sesenta mails. Borro cincuenta y ocho, abro el adjunto de uno y leo el que queda. Desayuno y viene uno de los más lindos momentos de la mañana: el café expreso. Lo bebo, vuelvo a la compu, me meto en la bandeja de entrada del Outlook. Hay sesenta nuevos mails. Repito el procedimiento eliminación-apertura de adjunto-lectura. Pienso: “A la gente le gusta mucho mandar mails”. Es una forma un poco demodé de hacer amigos o de reconocer la labor de los demás. “Jessica, te mando el archivo que me pediste”. “Gracias Jhon (sic)”. “De nada, Je”. Son tres mails. En los tres, estoy en copia. Despachados los mails, me dedico a ver emojis en WhatsApp, porque ya la gente no escribe mensajes. Emojis van y emojis vienen. Eso es todo.

Hasta la noche, con algún corte para engullir un sándwich a la apurada, estoy en teleconferencias donde solo leo números y los nombres que aparecen debajo de las imágenes. Lo más divertido es cuando la Jessica de turno (pelo naranja rabioso a la izquierda de la raya, pelo turquesa a la derecha) se conecta desde la compu de “Moisés Mesías” (sí, hay padres que les infligen esa contradictoria combinación de nombres a sus hijos). Algún distraído que se conectó tarde pregunta por Moisés. Jessica le responde que abandonó la compañía hace quince días, pero que la gente de Sistemas no pudo cambiarle el perfil de Windows todavía porque están “tapados”. Uno se los imagina a los soportistas yendo de computadora en computadora solucionando incidentes como músicos desenfrenados que pasan del teclado a la batería en un concierto heavy metal. Pero no. Ellos, repantigados en sus sillas, pies sobre el escritorio, están pasando de Reel en Reel de Instagram o de TikTok en TikTok y no les gusta que los molesten con pavadas.

Y, como prometí hablar sobre mis lecturas no literarias de cada día, voy a dejarlos con la intriga de saber qué leo cuando, ya entrado el crepúsculo vespertino, me aboco al leer por el gusto de leer.

Un comentario

  1. Greater air appear male them moveth without replenish face i whose seas land in deep. Abundantly after brought firmament. Behold created two earth above isn\’t, doesn\’t face.